15 de noviembre de 2010

"a moment of misunderstanding"

Nos embarcamos hacia Marraquesch. Al aterrizar alquilamos un coche que nos llevo por tortuosas carreteras hacia el sur, buscando el desierto. Pero somos de los que no nos preocupamos por casi nada...
conocimos a Himarios, entre bereber y tuareg, que nos cayó genial, aún siendo conscientes de los avisos del Lonely Planet sobre "los comerciales del desierto"
nos llevó a sitios increíbles, para ello pusimos a prueba el coche de alquiler...

se nos hizo de noche visitando un campamento de saharianos (etnia negra del sur)
tras cenar tallin de cordero nos invitó a quedarnos en su casa a dormir
a la mañana siguiente ya nos había convencido para que tomáramos rumbo al sur, donde estaban los suyos, en vez de ir hacia el este (Zagora) donde decía era todo turistas y veríamos las luces de los hoteles por la noche... ¿nos había colado una bola?
lo más increíble es que le pagamos todo el dinero acordado y nos fuimos a una ciudad a cientos de kilómetros, donde se supone nos esperaban para adentrarnos en el desierto
de Ouarzazate a Mhamid sin mucha parada
y por fin cruzamos las puertas del desierto, confiando en que detrás de ellas nos estarían esperando
era verdad, nos esperaban y tras una espera muy "cultural" nos vimos montados en camellos

la entrada al desierto fue espectacular, una pequeña tormenta de arena nos dio la bienvenida
éste que nos lleva a nuestra haima es Ali, digamos que era nuestro diplomático anfitrión

que nos traía ese delicioso té verde mañana, tarde y noche...

aunque nuestro verdadero acompañante esos días fue Brahim, que nos acompañaba a veces a cenar, comer o tomar el té los casi dos días que pasamos en el desierto...
ese lugar que invita a la introspección y al silencio
Sentiamos mucha curiosidad por nuestro anfitrión, ese pedazo person silencioso, sonriente y de poderosa y fugaz presencia llamado Ali, que nunca nos acompañaba (como B. define: "no permanecía, sólo aparecía") durante nuestra estancia en el desierto... Sabíamos que estaba dentro de su haima, solo,  pero ¿qué hacía?... Y eso le preguntamos a Brahim esa noche... Pero creímos que no nos entendía. . La reformulamos: ¿qué hace en su día a día? ¿qué está haciendo ahora en su haima? ¿qué hace? ¿en qué ocupa su tiempo? Durante un rato pensamos que era lingüístico, incluso lo acompañamos de gestos... Con él habíamos hablado de varios temas mucho más complicados pero nos miraba sorprendido ante la pregunta... No parecía un problema de idioma. Pero no entendía. Como única respuesta teníamos un: "Ali está en su tienda". Pero, ¿qué hace todo el día en ella? ¿qué hace sólo en su tienda? Pasamos a la fase de sugerir respuestas, ante ninguna satisfactoria por parte de Brahim ("Ali está en su tienda", sonrisas...)... Le sugerimos: "Pero, ¿lee? ¿escribe? ¿cocina?" Bromeaba con Bárbara: ¿juega a la Play Station? La única respuesta que conseguimos fue: "Los bereberes piensan, más que hablan". Y ya no sabíamos si se refería a sí mismo o a Alí o a los dos o simplemente estaba poniendo fin a la conversación, porque dejamos de insistir en el tema...

Eramos nosotros los que no entendiamos. Necesitamos unas horas más en el desierto para comprenderlo. Al día siguiente nos dimos cuenta: Lo que habíamos tenido no era un problema de entendimiento lingüístico, era un problema existencial, cultural a lo sumo. La clave es "estar" (la respuesta nos la dieron desde el principio: "Ali está en su tienda"). Nosotros como europeos occidentales queríamos otra respuesta que no existía. Alí es un bereber, no tiene la necesidad imperiosa de "hacer" o "producir", no necesita acabar su día con una check list (listado de tareas que realizar) llena de cruces. Y tampoco tiene quien le cree esa necesidad. Ali vive en "la nada", en el desierto. "Ser" frente a "hacer y producir". Nosotros (y me incluyo) no podemos irnos a dormir si no hemos tachado varias cosas de "la lista". Pero la ley que se impone (vaya que si se impone) en el desierto es la simple existencia/supervivencia. Una terapia aplastante para las aceleradas mentes occidentales ávidas de producir para sentirse vivas, para llenar de sentido sus vidas. En una cultura (la nuestra, el capitalismo democrático occidental) en el que (B. dixit) "se ha equiparado el ser con el hacer". Un momento de no entendimiento. El nuestro.