10 de diciembre de 2017

otra dirección de actores



Una reflexión sobre (un tipo de) dirección de actores en teatro:

No es habitual encontrar un montaje en el que la dirección de actores sea sobria y contenida, menos habitual todavía es encontrar un montaje en el que se confíe en el texto, este pequeño comentario defiende la existencia de una asociación causa-efecto entre estos dos puntos: la causa es el miedo o la desconfianza en el texto y el efecto es la anulación de la existencia del espectador. Lo habitual es lo contrario. Lo contrario es sobrecargar las puestas en escena, es el más con más es más, es el intensificar lo intenso y correr en lo cotidiano. El resultado del miedo, que es desconfianza e inseguridad en la relación de pareja unidireccional entre el director y el autor (su texto), se traduce en ritmo frenético (si es una comedia se justifica por definición de género) y en sobrecargar las tintas de la dirección de actores y la puesta en escena: algunos ejemplos de esto son... 

La sobreexplotación del espacio escénico. El terror a los silencios, por supuesto, algo inadmisible en el mundo del ritmo frenético y las no pausas, como si el director se justificara: "claro, parezcámonos al entorno, multitarea dispersa y acelerada". Un silencio le permite pensar, sentir, reflexionar, ese "le" es el espectador, ¿queremos que exista? El efectismo gratuito como efecto suplementador, ¿pero acaso necesita el texto suplementarse cuando es autónomo y autocontenido? 

En resumen: otra dirección de actores es posible. Esta reflexión surgió tras ver "Vania (versión libre de la obra de Chejov)", dirección de Álex Rigola sobre una dramaturgia de Lola Blasco.

http://m.teatroscanal.com/espectaculo/alex-rigola-heartbreak-hotel/

8 de mayo de 2017

"Blackbird" (texto de David Harrower, dirección de Carlota Ferrer)

Rodeada de favorables críticas me dispongo a ver con mi chica una obra de teatro en el Pavón, haciendo colear la celebración de mi cumpleaños. La obra es “Blackbird”. texto de David Harrower, dirigida por Carlota Ferrer. Recuerdo haber leído partes del texto en clas, me encantó lo que leí. En el Metrópoli sólo tiene por delante “Nada que perder”, intento sacar entradas pero no hay. Y veo “Blackbird”.

¿Hay tantos seguidores del espíritu “Tres metros sobre el cielo” (Fernando González Molina, 2010)? Ese fabuloso canto al maltrato en pos del amor romántico, esa película en defensa del machismo más rancio, cuyo espíritu anida también en este pájaro negro. Si eres fan del antiguo Disney y de todas sus princesas y de la chupa de Mario Casas y su moto fálica en “Tres metros sobre el cielo” no lo dudes: No te pierdas “Blackbird”. El amor romántico lo puede y lo permite todo. Y ahora, si no la has visto, quizás no sigas leyendo, porque hablo de la propia obra, aunque la temática aparece a los diez minutos del arranque…

No sólo es loable defender al verdugo, es necesario para huir del maniqueísmo. Hay que saber hacerlo. Recomiendo siempre “Happiness” (Todd Solondz, 1998). Él humaniza al verdugo (un pedófilo) pero no defiende sus acciones. Aquí, en “Blackbird” yo veo el posicionamiento de la directora, la veo a ella en dos números concretos sin texto: la canción que le canta él a ella (en inglés en una obra en castellano) y en esa desafortunada coreografía (en mi opinión, no me transmitió nada aparte del posicionamiento del montaje). Hay que hilar fino: Yo sí creo en el amor entre una niña de 12 años y un hombre de 40 años. Creo que puede ocurrir. Desde ambos lados, ella se puede enamorar pero él también, de forma sincera. También aparece, y me encanta que aparezca, esa sociedad que juzga y condena a la niña. El machismo sistémico culpa y condena a la víctima. Pero, ¿cómo se defiende la mentira, el engaño y la manipulación desde una posición superior de conocimiento y control como es la edad? ¿Cómo se defiende el sexo entre ellos? ¿Hola? El fin no justifica los medios. El medio es la mentira, el fin es conseguir el sexo o el amor, igual da. Hay mentira y hay manipulación en él, y hablo de texto: está claramente el engaño en ese primer acto. En las palabras despechadas de ella que ve cómo la protege con la chaqueta para que no se sepa que han estado tumbados sobre la tierra. Como él le dice a ella que con doce años sabe más del amor que él con cuarenta. ¿De verdad lo cree? ¿Es válido el autoengaño (el más extendido de los engaños dice Punset) para dar paso a la pedofilia? Él está enamorado, sí lo creo, sí creo que pueda estarlo, como también creo que ella sea la primera víctima de un pedófilo enamorado. Después de una larga conversación con mi pareja no me queda claro si el autor del texto defiende lo mismo: en el montaje es terriblemente confuso ese echarse la basura encima, creo que es una escena a la que se le quita peso dramático para convertirla en casi un juego en pos de nuevo del posicionamiento de amor romántico. Igualmente es un conflicto al que sigue una escena de sexo propiciada por ella. Y ella propicia el sexo para conseguir el que para mí es su objetivo desde el primer momento: saber en qué posición está él, si ha vuelto a rehacer su vida y con quien. En este climax ella utiliza su sexo como última baza para conseguir su objetivo, esta información, y la consigue. Como el sexo fue utilizado con(tra) ella en el pasado, ella lo utiliza en el reencuentro. Ésta es mi interpretación. En definitiva, la directora es libre de creer que en nombre del amor romántico hay vía libre para el sexo entre un hombre de cuarenta y una niña de doce. Yo no lo creo.

Dejando de lado los planteamientos ideológicos. ¿Por qué no me gustó exclusivamente como obra teatral? Porque cada actor parece dirigido en un registro diferente: ella está fabulosamente orgánica (lo mejor de la obra es ella: Irene Escolar), él está marcado hasta el infinito, gira, se coloca y mide cada movimiento y la niña del final está dirigida a lo Cirque du Soleil tanto en cuerpo como casi en su vestuario, es decir, como una acróbata. Porque el efectismo es gratuito. A mí no me llama la atención que para descubrir la pedofilia se use un micro de pie, yo personalmente lo hubiera montado con un susurro, un tono más bajo para un contenido más alto, por dar alternativas frente a lo criticado. En cambio sí que me llama la atención que en un decorado realista halla un micro de pie. Me pregunto: ¿qué hace eso ahí? Yo, personalmente, no creo en el más con más es más. Creo en el contraste. Y espero explicarme sin dejar mi lenguaje personal. Tampoco me llama la atención que un actor coja una guitarra y cante ni la danza dentro del teatro, sobre todo si no suma nada de significante. Sí creo que suma en cambio la aparición de la niña en el subsuelo, como reflejo del pasado. El resto efectismo gratuito. Y este efectismo sólo lo había visto en una obra que me desilusionó mucho, hace no mucho, por estar plagada de él: “Los nadadores nocturnos” . Y juro que no lo sabía, es mi chica la que me lo descubre: es la misma directora. Glup. Blackbird. “Black list”. Y sólo me queda la duda sobre la posición del autor del texto. Pero argumento pensando que él en el texto le deja toda la elección y el juicio moral al espectador y su posición está en el desenlace (terceros actos hora de la filosofía y el posicionamiento del autor, como una vez le oír decir a (creo, perdón, mi memoria) Jose Luis Alonso de Santos). Si quisiera dejarle al espectador la posición absoluta de juicio y dejar el amor romántico limpio de duda haría que la niña apareciera fuera de escena, sólo en el coche, y no ante Una. Si quiere que el espectador elija sobre ese asunto, ¿por qué manchar la historia de amor ya construida con la aparición de la niña? ¿Por qué si esa información es sólo para el espectador? Quizás porque quiere romper esa ilusión de amor romántico y manchar la perspectiva de ella con la aparición de la siguiente víctima. En fin, y en definitiva, que creo que podría haberse montado en una perspectiva “Hard Candy” (David Slade, 2005). Y vuelvo a apuntar a otra película que amo, que trata el mismo tema y dibuja una muy compleja víctima y un muy complejo verdugo para posterior y progresivamente hacer una trasposición de papeles con una maestría que hace que esté entre mis obras de referencia. Creo que esta obra podría haber sido montada igual, manteniendo el amor, quitando la presencia de la dirección y ese posicionamiento que no parece de los personajes sino del montaje. Humanizando al verdugo, ensuciando a la víctima, haciendo que uno sea ahora la víctima de la otra, sí, pero, por favor, sin números musicales y/o de danza propios del Disney de la Cenicienta. Rechazo el posicionamiento de este montaje de “Blackbird” en teatro como rechazo en “A tres metros sobre el cielo”. Y creo que defienden lo mismo: el amor romántico lo puede y lo permite todo, en un caso la pedofilia, en el otro el maltrato.